LAS ROSAS, PLANTA MÁGICA Y MEDICINAL
En su libro, El Poder Secreto de las Plantas, Carmen Pérez de
El Poder oculto de las rosas es tan extraordinario que los antiguos iniciados la consideraron sagrada, ya que encierra el arcano más grandioso de todas las plantas.
Los Caballeros de la Tabla Redonda – al igual que todos los auténticos buscadores del Santo Grial – colocaban en el centro de su mítica mesa una rosa, como representación del Grial.
Los antiguos alquimistas, iniciados en sus misterios, la consideraron su flor sapientum, gracias a la cual se obtienen la transmutación y el elixir de la longevidad, pues en su esencia griálica está la energía de la vida y del renacimiento, la energía del Amor que mueve el mundo.
El poder de las rosas activa la fuente del amor, la juventud y la belleza que se encuentra en el chakra cardíaco.
Las rosas son amor y por ello dirigen su acción curativa y su poder a ese centro griálico que conocemos como chakra cardíaco – situado en el centro del pecho – pues en este importantísimo chakra es donde el corazón espiritual y el físico se unen.
El poder secreto de las rosas fue confirmado por unos experimentos realizados por el doctor Yurchenko, los cuales desembocan en la conclusión de que la cercanía de ciertas plantas, entre ellas la rosa, ejercen efectos curativos sobre las personas.
Aunque las rosas cultivadas son las más conocidas y valoradas, no hay que desdeñar el rosal silvestre de nuestros campos, también llamado rosal perruno, escaramujo, agavanzo. Sus hojas y flores se utilizaron como amuleto contra las tormentas en el valle de Benasque (Huesca) y otras zonas pirenaicas, en la creencia de que el rosal está bendecido desde que guareció a la Sagrada Familia durante una tempestad o (según otras versiones) le sirvió de cobijo y escondite durante la persecución decretada por el rey Herodes. Nos dice Ramón Violant que tanta fe tenían en este arbusto los ribagorzanos y los pallareses que pastores y caminantes, cuando se acercaba una tormenta, cogían una ramita del rosal mágico y se la clavaban en la gorra o en el paraguas, seguros de que les preservaría del rayo. Igualmente creían que si durante la noche de San Juan una moza se peinaba debajo de uno de estos rosales, los pelos que se cayeran debía depositarlos encima de un tallo de rosal. Cuando creciera la rama, también le crecerían a ella los cabellos, muy rizados y hermosos.
Los antiguos la llamaban rosa canina, porque creían que su jugo protegía de las mordeduras de perros. Originariamente, tenía cinco pétalos blancos o levemente rosados. Ésta es la que hoy crece en las matas espinosas de las zanjas. Al lado de esos rosales salvajes abundan los rosales cultivados con artísticas y “artificiales” rosas de diferentes tamaños y colores.
Discuten los eruditos para determinar cuando nació la primera rosa de muchos pétalos; quizá fuera en China, en tiempos de Confucio, o quizá en Persia, en el siglo VI a. C. Para los chinos simboliza la juventud y el deseo de mantenerla a lo largo del tiempo, ya que era la “flor de las cuatro estaciones del año”.
Herodoto describe rosas de sesenta pétalos que crecían en los jardines del legendario rey de Frigia llamado Midas, ese que según Dionisio convertía en oro todo cuanto tocase.
Plinio el Viejo cita hasta doce variedades de rosas que ya existían en su época.
Las rosas que se mencionan en los libros Apócrifos son probablemente las auténticas rosas del género Rosa, de la familia de las rosáceas. En el pasaje en que Jesús de Sirá proclama la gloria de la sabiduría, posiblemente se refería al mismo rosal:
Como cedro del Líbano crecí,
Como ciprés de los montes del Hermón.
Crecí como palma de Engandí,
Como rosal de Jericó.
(Eclesiástico 24, 17-18)
Oídme, hijos piadosos, y floreceréis
Como rosal que crece junto al arroyo.
(Eclesiástico 39, 17)
Alrededor de Jericó había viveros de rosales donde podían encontrarse las más hermosas rosas. El rosal de Media y Persia fue introducido en Palestina, después del cautiverio de babilonia, aproximadamente en el 560 a . C. La planta que actualmente se conoce como “rosa de Jericó” no pertenece al género Rosa, se trata de la Anastatica hierochuntica, de la familia de las crucíferas. Esta es una planta baja del desierto, con ramas que se doblan unas sobre otras, de tal modo que todo el arbusto tiene la apariencia de una bola. En otoño, las ramas se secan y el tronco puede ser quebrado por el viento, que hace rodar la bola de ramas de un lado a otro.
Los griegos consagraron la rosa a la diosa Venus.
Safo, la poetisa de Lesbos, la llamó “reina de las flores”.
Epicuro, el gran filósofo que fundó una escuela propia llamada El Jardín y que consideraba el placer como único objetivo de la vida, cultivaba rosas en su huerto de Atenas, porque pensaba que coger una rosa fresca al amanecer era una de las grandes alegrías de la vida.
En sus días de esplendor, la reina Cleopatra la hizo cultivar en todo Egipto y como era tan sibarita recibía a sus amantes tendida en un lecho de olorosos pétalos de rosas.
Como hecho curioso citar la costumbre, que se remonta a la época de las guerras entre griegos y persas, de colgar una rosa en el techo cuando un grupo se reunía en secreto para urdir una conspiración. Ello significaba que nada de lo que se dijera sub rosa podía revelarse a extraños. El rosetón de yeso del que cuelgan las modernas lámparas es un recuerdo de aquella costumbre.
En su libro Historia Mágica de las Flores, Jesús Callejo nos cuenta infinidad de historias relacionadas con las rosas:
Muy espinosas fueron para Inglaterra dos rosas en la segunda mitad del siglo XV: la rosa roja, emblema de la casa de Lancaster, y la blanca, símbolo de la de York, que se disputaron el trono durante la larga guerra llamada, precisamente, de las Dos Rosas.
Los hechos ocurrieron así. En el año 1455, las casas de Lancaster y York, entablaron una lucha por el trono que debía durar 30 años. El duque de Lancaster llevaba como distintivo una rosa roja en su estandarte y su hermano adoptó una rosa blanca como emblema de la casa de York. En el año 1486 Enrique VII, fundador de la dinastía Tudor (un Lancaster), se casó con la princesa Isabel de York, poniendo punto final a la contienda y unificando las dos casas y quiso que una rosa apareciera en el escudo de los reyes de Inglaterra como símbolo de paz.
Su origen mitológico es confuso. Se dice que la diosa Cibeles la creó para vengarse de Afrodita pues sólo la belleza de la rosa podía competir con la diosa del amor. Su perfume y su hermosura simbolizan el amor y sus espinas, las heridas que el amor puede causar a aquel que no hace buen uso de él.
Otra leyenda romana nos dice que Baco, el dios del vino y las vendimias, perseguía a una ninfa a la que sólo logró alcanzar al enredarse con una zarza. Cuando el dios se dio a conocer, la ninfa se sonrojó y Baco orgulloso por su hazaña, tocó el zarzal con su varilla y le ordenó que se engalanara con flores del mismo color que las mejillas de la ninfa, es decir, encarnadas, y así nacieron los rosales repletos de espinas.
La pasión por las rosas continuó hasta el final del imperio romano. Cuando el cristianismo acabó triunfando estas rosas de Venus empezaron a ser mal vistas, aunque no por mucho tiempo. Pronto corrió el rumor de que algunas rosas milagrosas brotaban en tumbas de santas doncellas, que aparecían en canastos de pan o en la cabeza de una estatua de la Virgen. Se dijo que la rosa blanca se había vuelto roja por la sangre de Cristo y la propia María, fuente de vida y de salvación, se identificó con la rosa que oculta entre sus pétalos cerrados el misterio de la vida. En el año 1208, las plegarias de Santo Domingo se llamaron rosario y este artículo religioso se dedicó a la madre de Dios (incluso algunas leyendas hacen remontar el origen del rosario a una revelación de la Virgen hecha a Santo Domingo.
Una leyenda islámica cuenta que la rosa blanca había nacido del sudor de Mahoma después de su ascenso a la montaña sagrada, y los jardines de los sultanes y califas estaban llenos de ellas.
Son muchísimos los milagros en los que las rosas son las protagonistas.
En el año 1531, una entidad luminosa y femenina se apareció al indio Juan Diego en el cerro del Tepeyac, cerca de la antigua Tenochtitlán, en el actual México. Contó su versión de los hechos a los amigos y parientes y nadie le creyó. Tuvo que esperar a una cuarta aparición para que este ser de luz (al que más tarde se identificaría como la Virgen de Guadalupe o la Guadalupana ) diese al indio un ramo de rosas inexistentes por aquellas zonas (además era invierno) para que las entregara al entonces obispo de México, el vasco fray Juan de Zumárraga. El indio Juan Diego hizo caso de las palabras de la Señora de luz (vestida con un manto azul), que le dijo “Sube a lo más alto de la colina y corta las flores que crecen allí. Traémelas.”
Y así lo hizo. Las cortó. Eran hermosas y además advirtió que estaban bañadas por el rocío del verano, sin que la escarcha las hubiera tocado. Una vez recogidas las envolvió en su tilma (una especie de rústico poncho o manto elaborado de fibra vegetal) y se las llevó para que las viera primero la Santa Madre. “Hijito, ésta es la señal que envío al obispo –dice la leyenda que le explicó-. Dile que con ésta señal le pido que se esfuerce todo lo que pueda por terminar la iglesia que quiero en este lugar. No muestres estas flores nada más que al obispo. Eres mi embajador de confianza. Esta vez el obispo creerá todo lo que le digas.”
Cuando llegó el momento de mostrarle al obispo, las rosas en flor habían desaparecido dejando en su lugar una imagen estampada de la propia Virgen de cuerpo entero, una imagen que ha dejado estupefactos a los investigadores y científicos actuales, que no alcanzan a comprender como se pudo haber impreso en el tejido, cuando se sabe que para su elaboración no se ha encontrado ninguna muestra de pintura, por no hablar de las figuras que aparecen en sus ojos entreabiertos…
Y las rosas son las protagonistas de otros sucesos y acontecimientos sobrenaturales y milagrosos directamente relacionados con la Virgen. Incluso existe una advocación que se llama precisamente así, Nuestra Señora de las Rosas, venerada entre otros lugares, en Abalos, en la Rioja alta, a orillas del río Ebro. La leyenda nos cuenta, para justificar dicho hombre, que un joven pastor, mudo de nacimiento, cuidaba un día de enero (de siglo y año imprecisos) su rebaño de ovejas. De repente, los animales corrieron hacia un prado donde se detuvieron nada más llegar a un punto exacto. El pastorcito, al entrar en el prado, percibió de inmediato una extraña e intensa fragancia. Entonces vio una solitaria rosa roja que lógicamente llamaba la atención en medio del desolador y árido paraje. El muchacho fue a arrancarla y al hacerlo la flor comenzó a hablar. Exactamente nos dice la leyenda “soltándosele el habla”. No sabemos que palabras utilizó la flor, pero el muchacho, sorprendido, corrió al pueblo con la rosa en la mano para mostrar a sus padres lo que había sucedido. Una vez que la noticia corrió como un relámpago, no solo por el pueblo sino por las localidades cercanas, una comitiva encabezada por el sacerdote se puso en marcha hacia el lugar de la aparición de la rosa y allí mismo empezaron a excavar. Efectivamente, tal y como habían creído, la rosa no era más que una señal indicadora del lugar donde habría que encontrar algo mucho más importante: la imagen de Nuestra Señora de la Rosa.
En Bermeo (Vizcaya) se ubica la iglesia románica de Santa Eufemia, donde se adora a la Virgen de la Rosa , cuyo culto tiene una curiosa peculiaridad: postran a los pies de esta imagen a los niños que padecen una mal de piel llamado “arrosa”. Los demás enfermos pueden curar también sus dolencias si tocan con una prenda la parte de la imagen correspondiente a su miembro lesionado y luego dejan dicha prenda a los pies de la Virgen.
En las apariciones de la Salette , en 1846, la Virgen se presenta ante los niños pastores Melania y Maximino con un aspecto resplandeciente. Llevaba un vestido de un blanco luminoso tachonado de perlas, con una corona de rosas alrededor de su tocado de diferentes colores en la cabeza de la cual salían “ramos de oro de luz brillante” que no dañaba la vista de los niños. Además, en la punta de las zapatillas también tenía rosas.
Hay otras historias que relacionan a las rosas con las santas. Por poner sólo un ejemplo de los muchos que existen, el de Santa Casilda, posiblemente el más popular de toda la provincia de Burgos. Uno de los milagros de la santa, ocurrió a mediados del siglo XI, cuando en Toledo reinaba el moro Al-Mamun, padre de Santa Casilda, allá por el año 1043. Casilda bajaba a las mazmorras de su padre con panes y alimentos escondidos en el delantal para dárselos a los cautivos que pasaban largas temporadas en sus lóbregas y húmedas celdas. No sólo les daba alimento sino también consuelo y conversación. En fin, un raudal de ternura para aquellos desesperados prisioneros cristianos que la consideraban un ángel. Los rumores empezaron a extenderse ante la soldadesca árabe y su padre, Al-Mamun, tomó cartas en el asunto. Un día salió al encuentro de su hija y le preguntó que llevaba en el regazo. “Flores, padre”, contestó Casilda, esforzándose en no ser descubierta. El padre, con cierto mosqueo, quiso averiguar si era cierto y la obligó a que mostrase su contenido. Cuando su hija extendió el delantal los panecillos que llevaba se convirtieron en hermosas y aromáticas rosas.
Las rosas también aparecen con mucha frecuencia en la literatura, fuente de inspiración para muchos poetas y escritores:
Oscar Wilde las utilizó para expresar sus sentimientos, utilizándola como uno de los signos más universales del amor.
Dante opinaba que “las rosas tienen fuerzas curativas no sólo para las enfermedades psíquicas, sino que también son capaces de curar el alma y conquistar la inmortalidad”.
Goethe, en su Fausto, supo reflejar el poder oculto de las rosas en la escena en que Mefistófeles, junto a otros diablos, intenta apoderarse del alma del Doctor Fausto. En ese momento surge un grupo de ángeles que llevaban rosas entre sus manos como símbolo de la luz y el amor. Los diablos, al ver y oler las rosas, se retiran despavoridos gritando: “¡Malditas llamas…!” y los ángeles les responden: “Santas llamas, esto es amor”.
Ramón Gómez de la Serna escribió: “la rosa no puede ser azul, porque el cielo no admite competencia”.
Y por último un poema de Becquer:
¿Cómo vive esa rosa que has prendido
junto a tu corazón?
Nunca hasta ahora contemplé en la tierra
sobre el volcán la flor”
Casi todas las partes de la rosa han sido utilizadas en hechizos para el amor, encantamientos y transformaciones. Muchos creían (y aún creen) que posee cualidades afrodisíacas. El aceite de rosa es utilizado en los hechizos para aumentar la valentía.
Las guirnaldas de capullos de rosa son utilizadas por muchas brujas modernas para decorar sus árboles de navidad y se dice que pociones mágicas preparadas con los capullos hace que aparezcan visiones del futuro en los sueños.
En Alemania se creía que las rosas eran protegidas por duendes y hadas y que a menos que se pidiera permiso antes de cortar una rosa uno corría el riesgo de perder una mano o un pie.
La rosa es una de las hierbas tradicionales del Sabat del Equinoccio de primavera y otoño.
En Bulgaria, la preparación del fragante aceite de rosas se hace por destilación de rosas frescas en hervideros de agua sobre el fuego. El aceite de rosas es muy buscado para la preparación de los perfumes: aún se utiliza como corrector de sabores en medicina.
Unas gotas de esencia de rosas, diluidas en agua y utilizadas habitualmente como ambientador, limpian las vibraciones negativas de las personas, dejando el ambiente espiritualmente tranquilo, mejorando también el buen estado físico y emocional y logrando que las personas difíciles pierdan su negatividad.
La esencia empleada como perfume se aplica en los lóbulos de las orejas, las sienes, las palmas de las manos, el chakra cardíaco y la zona de la glándula timo, con ello además de favorecer el atractivo y el magnetismo personal (por algo se considera el perfume mágico del amor) se activan las hormonas rejuvenecedoras, especialmente si se toma conjuntamente en tisana (3 gotas de esencia de rosas por taza de agua: tomarla 3 veces al día, asegurándose de que la esencia es totalmente natural y de uso alimenticio, ojo con “las esencias” sintéticas (químicas) que no son comestibles, ni funcionarán en ninguno de los casos a los que me estoy refiriendo).
El rosal silvestre puede encontrarse en toda la península Ibérica y en gran parte de Europa. Se cría en setos o ribazos. También en las laderas, tengan o no arbolado, de tierra baja o en montañas no muy elevadas.
Florece ya en mayo, y puede verse aún en el mes de julio, en la montaña. Hay rosales de flores rosas, blancas, rojas, amarillas…
Sus pétalos se utilizan terapéuticamente y para ello es conveniente recolectarlos antes de su plena floración y desecarlos al aire. Debe quitarse a cada pétalo la base que lo une a la corola. Luego se extenderán sobre una tela limpia y se removerán a menudo para que se sequen pronto. Por último es aconsejable guardarlos en tarros de cristal.
El rosal silvestre contiene vitamina C estable y también las vitaminas A, B y H, así como tanino y aceites esenciales. El valor principal, antiescorbútico, está en el escaramujo.
Los escaramujos pueden comerse frescos o bien en sazón, pues así se aprovecha la totalidad de la vitamina C. Con ellos se puede hacer una excelente mermelada añadiéndoles, por lo menos su propio peso en azúcar. Se dice que comiendo escaramujo o frutos enteros con sus granos y sus pelitos se arroja la solitaria.
Para las encías débiles o infecciones de boca debe utilizarse la llamada miel rosada que se confecciona a base de un puñado de pétalos machacados que se colocarán en un vaso con un poco de agua hirviendo. A los 10 minutos, se extraerán los pétalos escurriéndolos a través de una tela y exprimiendo todo el zumo posible. Se añadirá una cucharadita de miel antes de tomar el preparado.
Para prevenir la halitosis o mal aliento se recurrirá a la siguiente infusión: verter en un litro de agua hirviendo 30g de pétalos de rosa roja, 30g de hojas de albahaca y 50g de bayas de enebro. Cuando se haya enfriado, se filtrará y se verterá en un frasco. Con este preparado se harán enjuagues.
Para hacer una agua de toilettes refrescante, verter sobre un litro de vinagre puro 200g de agua de azahar y 30g de pétalos desecados. Filtrar y dejar reposar 8 días. Debe usarse sin exceso porque reseca ligeramente la piel.
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