PLANTAS MÁGICAS

miércoles, 13 de marzo de 2019

SI SE TALAN LOS ÁRBOLES, DESAPARECE EL AGUA Y LA VIDA


El delicioso cuento del sultán que atravesando un desierto reposó en un bosque de palmeras, arrullado por el murmullo el agua que las regaba, y que diez años después, al repetir la caminata, no halló allí sitio donde calmar su sed, pues cortados los árboles, el manantial se había agotado, es profundamente filosófico y de una realidad avasalladora.
 
Pregunta el sultán la causa de la desecación del arroyo, y le dicen que se debe a la tala de los árboles.

- Plantad de nuevo árboles.
 
- Señor, (le responden), sin riego no pueden vivir las palmeras.
 
El sultán, persuadido de que no estaba en sus manos reparar el mal, dio órdenes severísimas para evitar que en otros puntos, por talar los árboles faltase el agua y no se pudiera reemplazarlos.




Efectivamente, el agua y los árboles se hallan ligados en la naturaleza por relaciones tan estrechas, que ambos se necesitan y se complementan, como necesitan los pájaros que haya árboles donde fabricar nidos y encontrar abrigo.
 
La naturaleza obedece ciegamente las sabias leyes que le dictó el Creador, pero el hombre tiene el poder de alterarlas, empleando medios que le dicta su razón, y que con harta frecuencia utiliza en hacer el mal.
 
Para satisfacer necesidades de momento, cuando no guiado de peores tendencias, destruye el árbol, olvidando que su razón le dice que sin el árbol su vida será penosa primero e imposible más tarde. Comete el crimen, y las fuentes se secan, y el aire se hace más violento y abrasador y los cultivos herbáceos menos productivos. Al faltar el bosque se alejan los pájaros y acuden las plagas de insectos a completar la obra de destrucción.
 
Por otra parte, donde el salvajismo humano taló un monte, dejando sólo cuarenta pinos por hectárea, que viven maltrechos, víctimas de incalificables podas, si una mano prudente estableciera rigurosa veda del ganado, en pocos años y con insignificante coste se repondría la cubierta vegetal; pero si esos pinos faltan, acaso haya que gastar miles de euros para lograr el objeto, y si aún se tarda más y las erosiones arrastran la tierra vegetal, el hombre será impotente para remediar el daño y habrá de esperarse a que la naturaleza repare el desastre, haciendo que los líquenes y los vegetales inferiores, auxiliados por los agentes meteorológicos, vayan disgregando las duras peñas y que la vegetación rastrera sujete la tierra formada; hasta que al cabo de muchos años, de muchos siglos acaso, vuelva el árbol a posesionarse del terreno de donde se le desterró.
 
Aún existen en los montes públicos españoles grandes superficies en que el arbolado está arruinado, en que sólo quedan de veinte a cien árboles por hectárea, maltrechos, podados, retorcidos, de tronco carcomido, que nada valen comercialmente y, sin embargo, sometiendo el terreno a una veda rigurosa, darían en diez o doce años un repoblado suficiente para defender el suelo.
 
A pesar de ello, por nuestra ceguedad se evita ahora el gasto anual de pocos euros por hectárea que podrían costar los semilleros, y así, en breve, el terreno quedará completamente raso, mientras nos preparamos a invertir dentro de diez años, al menos miles de euros en repoblarlos ¡si se logra!, y, además, a gastar en vigilancia los euros  que ahora economizamos.
 
¡Qué aberración!
 
Dejar que se consume el destrozo de los montes, es lo mismo que acabar de vender la maquinaria de una fábrica de tejidos cuyos productos eran estimados en el mercado, y la comparación es exacta, pues los árboles, además de ser productos fabricados en el monte, son máquinas de fabricarlos; pero con la particularidad de que lo creado un año se convierte en maquinaria para el año siguiente, o mejor dicho, a medida que se forma es, a la vez, maquinaria y producto.

En efecto, los árboles son verdaderas máquinas que, utilizando la luz y el calor, convierten las primeras materias que hay en la tierra y en el aire en glucosa, almidón, celulosa, etcétera.

Así considerados son fábricas de productos químicos, y entre ellos figuran medicinas que curan nuestros males, alimentos como las frutas y además bebidas, resinas, etc.
 
Adviértase que así como con la lana, el algodón, el hilo y la seda se hacen telas diversas en las fábricas de tejidos, con los productos de los árboles se hacen... esos mismos árboles, esas construcciones flexibles y duraderas que unen a una gran ligereza, suma elasticidad y notable resistencia. Por tanto, a la vez es el árbol fábrica de productos químicos y de lo que pudiéramos llamar manufacturas leñosas, que se van superponiendo a la máquina que los fabrica y aparecen en la sección transversal del tronco y de las ramas a manera de anillos.

 
Cuando se trata de aprovechar frutos, semillas, resinas, no hay perjuicio en extraer del monte lo que se produce; pero cuando son productos leñosos, no es posible separar anualmente de cada árbol lo por él fabricado, y para no comprometer el porvenir de la fábrica, para que no merme su producción, ya que no sea posible aprovechar anualmente lo producido, se debe utilizar sólo una cantidad equivalente a la que los forestales denominan posibilidad del monte. Así se logra que, subsistiendo igual cantidad de maquinaria, sea próximamente constante el rendimiento.
 
Pero el hombre tiene tendencia a considerar que la máquina de producir en agricultura es la tierra, y juzga erróneamente, sobre todo cuando a ello le incita la necesidad de gastar más de lo que rentan sus fincas, que mientras la superficie de éstas sea la misma no disminuyen sus bienes, y, sin embargo, cortar mayor volumen leñoso del que el monte produce da el mismo resultado que vender una parte de sus propiedades, o conseguir un crédito hipotecando la finca, con lo que el propietario se convierte en administrador gratuito del prestamista. Aquí viene al caso tratar de otra cuestión importantísima.
 
El que tala un monte, arruina a la vez una fábrica de tan variados productos, condena a la esterilidad parte del suelo de su país y condena también a la emigración o a la miseria a las familias que en el monte y del monte vivían y aumenta el índice de despoblación rural.
 
¿Tiene el hombre derecho a esterilizar la tierra?
 
Las legislaciones individualistas, partiendo de la falsa hipótesis de que lo que conviene al individuo es útil a la colectividad, por identificarse los intereses de ambos, dicen que sí; el sentido común dice lo contrario.
 
El que devastó el monte puede, en determinados casos, realizar lo que se llama una serie de buenos negocios, si con el producto obtenido adquiere la propiedad  de otros montes y los tala también. El mismo individuo acaso fue rematante de aprovechamientos forestales pertenecientes al Estado; acaso cortó los árboles marcados y también los no marcados, y por sus influencias salió incólume de las denuncias presentadas, y de esto hay ejemplos lamentables, y en tanto la nación sufre el daño y se convierte en desierto lo que fue un paraíso.
 
Si se añade que el desastre de la montaña repercute en el valle, la cuestión se agrava considerablemente... y es vergüenza para el país donde esto puede ocurrir y se tolera.
 
Para terminar diremos que los montes son, además, fábricas de salud, de alegría, de belleza, hasta de energía, porque regularizando los manantiales, sin merma de su caudal medio, ponen a disposición de la industria la fuerza del salto y desaparece la irregularidad del gasto, resultando toda la fuerza casi constante y, por tanto, aprovechable.
 

 

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