PLANTAS MÁGICAS

jueves, 7 de marzo de 2019

LA HISTORIA DE LOS ÁRBOLES RIDICULIZADOS


La ignorancia y la rutina hacen que los hombres cometan inverosímiles atentados contra los árboles.
 
En verdad, para que fructifiquen con abundancia, se hace preciso que sus ramas sean directamente iluminadas por el sol, y con tal objeto son podados los frutales, aunque conviene advertir que si esa operación, para tal fin es ventajosa, merma al árbol belleza y salud, y de ello debe prescindirse generalmente en los destinados a adornar jardines y parques, a dar sombra en las calles y a producir maderas en el monte.


No es esto prohibir las verdaderas limpias, que suprimen las ramillas ni aun el cortar ramas gruesas, cuando fuere preciso como operación quirúrgica para salvar el árbol, sin prescindir en este caso de alisar y alquitranar los cortes y siguiendo los demás procedimientos encaminados a que en las heridas no se desarrollen los gérmenes de la descomposición.
 



Cierta noche de verano fui a un jardín de estilo francés, que estaba iluminado por la pálida luna, para disfrutar la frescura del aire, hallando compensación a las molestias del día. Me senté en un banco de piedra, y mi espíritu volaba por los espacios etéreos, cuando empecé a oír murmullos incomprensibles, que no pude atribuir a la brisa, ya que no se movía ni una hoja y después percibí ¡ideas!

Sí, verdaderas ideas; sin palabras, expresadas claramente en el idioma usado, sin duda, por los seres incorpóreos, idioma completamente internacional, pero solo inteligible cuando el corazón rebosa de amor lengua algo parecida a la de los ojos de los amantes.

Los murmullos, las doloridas quejas, provenían de aquellos árboles. Lamentaban que, habiéndoles dotado la naturaleza de majestuosas dimensiones y de formas artísticas en alto grado, el mal gusto, la estupidez humana hubiera convertido el jardín en un laboratorio de vivisecciones, capricho sin duda sólo propio de una estragada neurasténica.

No era permitido a los pobres olmos que se elevaran más de tres metros del suelo; al hermoso laurel, símbolo de la victoria, se le daba la apariencia de una estaca hincada en tierra y terminada por una esfera de follaje, bien recortadita, pues parecía pecado mortal que una hoja sobresaliera un centímetro. Así, dándoles rigidez geométrica, desaparecía la armoniosa irregularidad de las copas.

Con los cipreses habían formado pilastras, columnas y arcadas; pero los que ponían más lastimosamente el grito en el cielo eran los tejos; esos árboles que parecen simbolizar la eternidad, pues viven hoy ejemplares que conocieron el principio de la era cristiana, cuyo tronco es recto, su cima cónica y en el follaje sombrío se destacan frutos rojos como el granate, siendo la madera excelente para dar forma a las creaciones de los escultores.

Para satisfacer caprichos propios de esos degenerados, que gozan al ver destruidas las obras de inmortales genios, los pobres tejos habían sido transformados por la tijera del jardinero en antiartísticos pedestales y sobre ellos se alzaban grotescas figuras del mismo follaje, representando pajarracos y cuadrúpedos, cuyas especies no hubiera sabido determinar el mismo doctor Brehm.

Me pareció que el gusto de contemplar tales extravagancias podía compararse al que sintieran los potentados de la Edad Media cuando se complacían en ir acompañados de enanos, bufones y hombres deformados, que a seres nobles sólo pueden inspirar lástima y compasión, y también recordó aquellos semisalvajes, que hacen objeto de sus burlas al tonto o al jorobado del pueblo.

Ley de talión, ¿por qué acudes a mi memoria?




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