PLANTAS MÁGICAS

domingo, 4 de junio de 2017

EL LENGUAJE DE LOS ARBOLES


Define el diccionario, que el lenguaje es la capacidad que las personas tienen de expresarse. Por lo tanto y según esta definición, sólo los seres humanos seríamos capaces de hablar, ya que el concepto está limitado a nuestra especie. Pero ¿no sería interesante saber si los árboles también son capaces de expresarse? Pero ¿cómo? En todo caso no hay nada que oír, ya que definitivamente son silenciosos.

El sonido de las ramas mecidas por el viento, el murmullo del follaje se producen de forma pasiva y no son influidos por los árboles. No obstante, éstos se hacen notar mediante sustancias odoríferas. ¿Sustancias odoríferas como medio de expresión?
 
Incluso para nosotros, los humanos, no nos resulta ajeno. ¿Para qué si no se utilizan los desodorantes y los perfumes? E incluso sin utilizarlos, nuestro propio olor habla al consciente y al subconsciente de las otras personas. Algunas personas simplemente no desprenden olor, mientras que otras desprenden un olor intenso. Desde el punto de vista científico, las feromonas presentes en el sudor son en este sentido incluso decisivas para decidir con quién queremos estar. Así pues, disponemos de un lenguaje de olores secreto, algo de lo que los árboles también pueden presumir.
 
Por otra parte, hace cuatro siglos se hizo una observación en la sabana africana. Allí, las jirafas se alimentan de las acacias de copa plana, lo que a estos árboles no les gusta nada. Para ahuyentar a los grandes herbívoros, las acacias envían en cuestión de minutos sustancias tóxicas a las hojas. Las jirafas lo saben y pasan al siguiente árbol. ¿El siguiente? Primero dejan unos cuantos ejemplares a la izquierda y siguen con su festín unos cien metros más allá. El motivo es asombroso: la acacia atacada emite un gas de aviso (en este caso etileno), el cual indica a los congéneres de los alrededores que se aproxima un peligro. De esta manera, todos los ejemplares que reciben el aviso envían también sustancias tóxicas para prepararse. Las jirafas conocen este juego, por lo que avanzan un poco más a través de la sabana, donde encuentran árboles que no han sido avisados. O bien, trabajan contra el viento. Ya que los olores se expanden con el viento hacia los árboles vecinos y, si los animales se mueven en la dirección contraria del viento, encuentran acacias cercanas que no han sido avisadas de su presencia.


Estos procesos también tienen lugar en nuestros bosques, bien se trate de hayas, píceas o robles. Todos detectan la presencia de alguien que merodea cerca de ellos. Cuando una oruga intrépida pega un mordisco, el tejido de alrededor se altera. Además envía señales eléctricas, de la misma forma que ocurre en el cuerpo humano cuando éste es agredido. Sin embargo, este impulso no se propaga de la misma forma que en nosotros, sino sólo un centímetro por minuto. Así pues, se necesita alrededor de una hora hasta que las sustancias tóxicas se depositan en las hojas para estropear el festín a los parásitos. Evidentemente los árboles son lentos, e incluso en peligro, la alta velocidad no es lo suyo.
 
A pesar de este ritmo lento las distintas partes del árbol no funcionan de manera aislada. Por ejemplo, si las raíces están en dificultades, la información se extiende por todo el árbol y puede provocar que, a través de las hojas, se liberen sustancias olorosas. No cualquier sustancia, sino especialmente adecuada para un determinado objetivo. Se trata de otra característica que más adelante puede ayudarle a defenderse de la agresión, ya que ante algunos tipos de insectos reconoce de qué villano se trata. La saliva de cada especie es específica y puede clasificarse. Se puede clasificar tan bien que, a través de sustancias trampa, los árboles pueden atraer a depredadores que se encargan de la plaga y de esta manera los ayudan. Así, por ejemplo, los olmos y los pinos avisan a pequeñas avispas. Estos insectos ponen huevos en las orugas que comen hojas. Allí se desarrolla la larva de la avispa mientras devora poco a poco a la oruga desde el interior, una muerte poco dulce. No obstante, de esa manera el árbol se libra del parásito y puede seguir creciendo indemne.
 
 
Por otra parte, el reconocimiento de la saliva es un valor añadido para otra capacidad de los árboles: lógicamente, también tienen que tener un sentido del gusto. Una desventaja de las sustancias odoríferas es que son diluidas rápidamente por el viento. Por eso con frecuencia no alcanzan ni los 100 metros. No obstante cumplen con un segundo objetivo. Dado que la propagación de la señal por el interior del árbol es lenta, a través del aire pueden recorrer mayores distancias de forma más rápida y advertir más a partes del árbol que estén distantes en varios metros con mayor celeridad.
 
Pero con frecuencia no tiene por qué tratarse de un grito de ayuda, necesario para defenderse de un insecto. El mundo animal registra básicamente los mensajes químicos de los árboles, de manera que sabe que allí se produce algún tipo de agresión y que las especies atacantes deben ponerse en marcha. Aquellos a los que estos pequeños organismos les resultan apetitosos se sienten irremediablemente atraídos.
 
Pero los árboles también son capaces de defenderse a sí mismos. Así, por ejemplo, por la corteza y las hojas del roble circulan taninos amargantes y tóxicos, qué o bien matan a los insectos perforadores o bien alteran el sabor lo suficiente para que una deliciosa «ensalada» se convierta en algo desagradablemente amargo. Los sauces producen salicina para defenderse, la cual tiene un efecto similar. Aunque para nosotros, los humanos, no: la infusión de corteza de sauce, por el contrario, puede aliviar el dolor de cabeza y la fiebre y es el precursor de la aspirina.
 
Naturalmente, una defensa de este tipo necesita su tiempo. Por ello, la colaboración para avisar cuanto antes es de especial importancia. Para ello los árboles no confían exclusivamente en el aire, ya que entonces el aviso no llegaría a todos sus vecinos. Así pues, las señales son enviadas también a través de las raíces, las cuales conectan todos los ejemplares y su acción no depende de las inclemencias del tiempo.

Sorprendentemente, las instrucciones no se transmiten sólo químicamente, sino también eléctricamente, con una velocidad de un centímetro por segundo. Comparado con nuestro cuerpo, es obvio que esto es muy lento, pero en el mundo animal existen especies como por ejemplo las medusas o los gusanos en las cuales la velocidad de transmisión de los estímulos es similar. Tan pronto como se ha propagado el aviso, todos los robles de los alrededores bombean taninos a través de sus vasos.
 
 
Las raíces de un árbol se extienden ampliamente, más del doble de la amplitud de su copa. Así, se producen entrecruzamientos con las raíces subterráneas de los árboles vecinos y contactos a través de adherencias, aunque no en todos los casos, ya que en el bosque también existen las almas solitarias y tipos raros que no quieren tener nada que ver con los colegas. ¿Pueden estos gruñones bloquear las señales de alarma simplemente no compartiéndolas? Afortunadamente no, ya que para asegurar la rápida propagación de los avisos, en la mayor parte de los casos se intercalan hongos. Éstos actúan como la fibra de vidrio de las conducciones de internet. Los finos filamentos atraviesan el suelo y lo entretejen con una densidad prácticamente impensable. Así, una cucharadita de tierra del bosque contiene varios kilómetros de estas «hifas».
 
A lo largo de los siglos, una única seta puede expandirse varios kilómetros cuadrados y crear una red que se extienda por todo el bosque. A través de sus conducciones pasa la información de un árbol a otro y de esta manera les ayudan a agilizar el paso de información sobre insectos, sequías y otros peligros. Entre tanto, la ciencia habla incluso de una «Wood-Wide-Web», la cual atraviesa nuestros bosques. Qué y cuánta información es intercambiada es algo que hasta el momento está en fase inicial de investigación.
 
Posiblemente existe también contacto entre distintas especies arbóreas, incluso aunque entre ellas se consideren competencia. Asimismo, los hongos siguen su propia estrategia y ésta puede ser muy intermediaria y equilibrante.
 
Cuando los árboles están debilitados, posiblemente no sólo se paraliza su capacidad defensiva, sino también su capacidad de expresarse. De no ser así no se explicaría por qué los insectos buscan intencionadamente los ejemplares más vulnerables. Afortunadamente, escuchan a los árboles que registran las señales químicas de alarma y prueban los ejemplares mudos con un bocado en las hojas o en la corteza. Es posible que el silencio se deba a una enfermedad importante, aunque en ocasiones la causa es una pérdida del manto de hongos, por lo que el árbol queda desconectado de todas las señales. Deja de registrar las desgracias de sus vecinos, de manera que se abre el bufé libre para orugas y escarabajos.
 
Igualmente vulnerables son las almas solitarias anteriormente citadas que, aunque sanos, no conocen las alarmas.
 
En la simbiosis del bosque, no sólo los árboles intercambian información de este modo, sino también los arbustos y la hierba, en realidad todas las plantas. Sin embargo, cuando vamos a campo abierto, la vegetación se vuelve muy silenciosa. Nuestras plantas de cultivo han perdido la capacidad de comunicarse ya sea por encima o bajo tierra. Son prácticamente sordas y mudas, por lo que son presa fácil para los insectos. Éste es uno de los motivos por el que la agricultura moderna utiliza tantos insecticidas. Quizás los agricultores deberían aprender un poco de los bosques e introducir algo más de carácter silvestre y con ello más locuacidad en sus cereales y patatas. La comunicación entre nuestros árboles y los insectos no debe girar exclusivamente alrededor de la defensa y la enfermedad.
 
El hecho de que ciertamente se producen muchas señales positivas entre seres tan diferentes es algo que probablemente tú mismo has notado o incluso olido, y que se trata de señales olorosas agradables de las flores. No es por casualidad o para agradarnos por lo que emanan su aroma. Los árboles frutales, los sauces o los castaños llaman la atención con sus señales olorosas e invitan a las abejas a repostar en sus flores. El dulce néctar, un zumo azucarado concentrado, es el premio por la polinización que los insectos realizan de manera inconsciente.
 
La forma y el color de las flores también son una señal, como un letrero luminoso que resalta claramente entre el verde de la copa y señala el camino hacia el piscolabis. Así pues, los árboles se comunican a través de los olores, visual y eléctricamente (por medio de una especie de células nerviosas que se encuentran en la punta de las raíces). ¿Y qué ocurre con los sonidos, también oyen y hablan?

Aunque al principio he dicho que los árboles son definitivamente silenciosos, los nuevos descubrimientos pueden ponerlo en duda: Monica Gagliano, de la Universidad de Australia Occidental, escuchó el suelo junto a colegas de Bristol y Florencia. En el laboratorio los árboles resultan poco prácticos, por lo que en su lugar estudiaron brotes de cereales que son más manejables. Y, ciertamente, pronto los aparatos de medición registraron un ligero crepitar de las raíces con una frecuencia de 220 Herz. ¿Raíces crepitantes? Pero esto no quiere decir nada. Incluso la madera muerta crepita, por lo menos cuando quema en el hogar. Pero el sonido captado en el laboratorio también puede escucharse en otro sentido, y que las raíces de brotes no implicados reaccionan a ellos. Cada vez que se les sometía a un crepitar de 220 Herz, las puntas se orientaban en esa dirección. Esto significa que la hierba es capaz de captar, digamos tranquilamente «oír», esta frecuencia. ¿Intercambio de información a través de ondas sonoras entre las plantas? Esto despierta la sed de saber más, ya que los humanos también utilizamos las ondas sonoras como forma de comunicación, lo que podría ser la clave para entender mejor a los árboles.
 
Imaginémonos qué podría significar si pudiéramos oír si las hayas, los robles y la píceas están bien o les pasa algo: Pero desgraciadamente todavía no se ha llegado tan lejos, muy al contrario, las investigaciones están en este campo todavía en sus inicios.
 
No obstante, si la próxima vez que pasees por el bosque, escuchas un suave crepitar, es posible que no se trate sólo del viento...
 
 

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